miércoles, 16 de julio de 2008

CRONICAS DE UN NOSFERATU XII

Anochecer del 16 de septiembre de 1833.
Nos encontrábamos sentados en un banco publico enfrente de Pont des Arts. Habíamos atacado a una pareja de señores de alta alcurnia, lo que suponía un nutritivo desayuno. Señores pomposos, regordetes, con sombrero de copa y trajes impolutos, con un cierto olor agrio y rancio. Señores que dirigían con capricho la vida de un puñado de pobres miserables que trabajaban para ellos recibiendo a cambio un paupérrimo jornal insuficiente para sobrevivir.
Con fuerzas renovadas y mejor humor, el mentor me propuso practicar el dominio de las condiciones climatológicas, y el uso de la magia.
- Dariush, me dijo concentrado, observa a esa pareja que cruza el puente.
Acto seguido colocó la palma de su diestra dirigida hacia ellos.
El viento surgió desde su mano e hizo caer la peluca, el sombrero del señor y el tocado de la señora. Con la calva al descubierto, creyéndose humillado por la naturaleza, el intento de caballero recogió con fastidio el tocado, el sombrero y esa especie de rata blanca que colocaba en su cabeza para hacer creer al mundo que aun conservaba el pelo. Prosiguieron camino, sonrojados y mirando hacia los lados con disimulo y temor de haber sido vistos por alguien.
El mentor con sonrisa de malignidad me dijo:
- ¿Has visto como se hace?, solo tienes que pensar que el viento brota de tu mano, concentrate, se que puedes hacerlo.
- La cara de estreñido esa que ha puesto ¿Es imprescindible?.
- No imbecil, gruñó el mentor, solo limitate a concentrarte, nada mas. Serás payaso...
Después de una corta espera, cruzaron el puente un matrimonio joven con un niño repelente de tirabuzones rubios y traje de marinerito montado en un biciclo. La señora otrora atractiva, daba signos de solemne aburrimiento agarrada sutilmente del brazo de su estirado marido. El, en cambio, parecía haber cumplido las expectativas de su vida, formando una familia "como Dios manda"y mostrándola con solemnidad agria a los transeúntes de la urbe, como si de un trofeo se tratase.
Dirigí la palma de mi mano hacia ellos.
Concentrado e imitando el gesto astringente del mentor, broto de mi mano una nube espesa de copos de nieve que frenó en seco el paseo familiar.
- ¡Que bonito!, exclamé. Si parecen muñecos de nieve.
En aquel instante, el supuesto dominio que ejercía sobre el pensamiento y la magia, hizo aparecer en mi mano una zanahoria. Corrí raudo hacia los muñecos de nieve y coloqué la hortaliza a modo de nariz en mitad de la cara del señor.
La señora reaccionó, enseguida, y quitándose la nieve a manotazos impropios de su condición social, desenfundó la sombrilla y la incrustó en mi cabeza.
Intenté huir, pero fue inútil. La señora me perseguía puente abajo asestandome paraguazos sin piedad, y brindándome los mas bajunos improperios, mientras las carcajadas del mentor resonaban en la noche.