viernes, 12 de diciembre de 2008

CRONICAS DE UN NOSFERATU XIX

París, invierno de 1934.
El día se despide dejando coletazos de malvas y ocres para dar paso al reino de la noche en una ciudad que pareciera, muere lentamente.
Cerca de Belleville, la cola de la beneficencia en silencio meditado, asemeja un vía crucis de fantasmas que atraviesa la insolente niebla en dirección a las hogueras improvisadas que crepitan con apuro.
En riguroso orden cuasi ceremonial, recogen escudillas de sopa y mendrugo de pan escaso, que calienta el cuerpo y enfría el hambre, o lo engaña, pero en ningún caso lo hace desaparecer.
Aquél desfile de animas desarrapadas, de mirada vencida y huesos protuberantes, es la misma imagen del progreso, de la pestilencia de las calles, de la ciudad que se ensucia paulatinamente que gana metal y pierde vida. Que no perdona.
El orondo dueño de una fabrica de telas estampadas, huérfano de intelecto, de piedad y sobrado de prepotencia, sale de su reino con gesto decidido y andar impaciente en dirección a los proveedores del rancho, para recriminar su presencia en las inmediaciones de su negocio. Quizá sabiéndose parte causante de esa situación, quizá porque cada golpe de escudilla le golpea la conciencia.
Un monje enjuto, de edad imposible cabello blanco en corte austero y un mapa de signos de sufrimiento en el rostro, se dirige al omnipotente señor. Lleva la mirada baja, y emboza sus manos temblorosas entre las mangas del habito de color pardo. Le habla del buen hacer y el buen pensar de un hombre cristiano de su posición y apela a su caridad, inútilmente. Eso no hace más que hinchar la panza aun mas de aquel pez gordo, tanto que pareciera que va a explotar de un momento a otro. Himplado de orgullo al ver que los mortales han de rendirse y postrarse ante el como becerro de oro seboso, por el hecho de ser un industrial de prestigio, por haber amasado una cantidad indecente de riqueza que según cree, le da crédito para comprar la vida o la muerte. Y eso le provoca un placer rayante en la lujuria que puede leerse en sus ojos.
Yo dejo la escena, soy consciente que no puedo combatir con esos nuevos ricos, de dineros fáciles y escrúpulos inexistentes. Son demasiados y solo tengo dos colmillos.
Paseo ausente por las calles. Pienso que podría ser mas piadoso alimentarme de seres humanos sin esperanza, y así evitarles sufrimientos terrenales. Decido que no, pues el desayunar nuevos ricos me proporciona el placer de la venganza, el placer de la justicia tomada por mi propia mano ya que tomada por mano de la ley se vuelve ciega y truca su balanza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ohhh, qué genial te texto!
Qué bien escribe usted.
Hoy me quedo con la idea de un nosferatu-hood, quitando de enmedio
las panzas orondas y prepotentes, y dándole su carne al mendigo...

Me ha encantado ;)


Un beso

P

Leni dijo...

Penélope me quitó la idea..jajaja
Pero es cierto..
Ya es ustéd un Nosferatu útil para una sociedad tan bién descrita..
Una narrativa impecable¡¡
Beso
sigo