lunes, 29 de diciembre de 2008

CRONICAS DE UN NOSFERATU XXI

París, 22 de marzo de 1842
Pasaron ocho años rutinarios, de los que no recuerdo grandes acontecimientos, salvo que mi relación con Jeanne, sufría altibajos que nos llevaban a la euforia o a la desesperación. Creo que en ese espacio de tiempo aprendimos a comprender que a la maldición que sufríamos por nuestra naturaleza vampirica, se sumaba otra no menos importante. El amor.
Y así, paseo através del atardecer de la primavera parisina. Ausente en mis pensamientos, en el mundo interior en el que me refugiara, siempre que los cambios sustanciales en mi vida detenían el tiempo para obligarme a reflexionar.
París sigue oliendo a libro viejo, a mercado en Bellville, a esbozos de nostalgia, y café crema. La brisa trae aromas que invitan a mirar la vida cara a cara, a percatarse de la existencia, al pensamiento profundo.
Un hombre de aspecto bonachón, y un aire nostálgico de soldado viejo, camina hacia mi lentamente, como dejándose llevar por las limitaciones físicas producto de la edad, y a las que su cuerpo se fue habituando paulatinamente hasta que casi hubiera olvidado su juventud.
Miro hacia un lado y hacia otro. En el boulevard no hay ni un alma que pudiera ser testigo de mi desayuno.
El hombre camina con la paciencia que da el saber que el destino no va a huir. Llega a mi altura y levantándose el sombrero con una elegancia sutil. Me pregunta:
- Disculpe mi atrevimiento, caballero. ¿Sería usted tan amable de indicarme donde se encuentra el restaurante más cercano?
- Si, Monsieur. Es más , yo mismo me dirigía a comer algo en estos momentos. Si no le parece descabellada la idea, me gustaría invitarle a cenar.
El anciano me dirige una mirada extraña, como si presagiara su destino.
- Me resulta extraño, pero aun así aceptaré compartir su mesa en calidad de invitado.
- Me temo que no me ha entendido, monsieur- digo con mirada maliciosa- Esta usted invitado, pero en calidad de primer plato.
Dicho esto, me abalanzo sobre él.
Aquél hombre no da crédito a lo que le está sucediendo y forcejea inútilmente, intentando aferrarse a la vida. De sus manos se desprende un libro antiguo, como una hoja en otoño. En la portada se puede leer. Rojo y negro, crónica del siglo XIX . Autor : Stendhal.
Al día siguiente, descubro un articulo en la prensa.
" Henry Beyle, mas conocido como Stendhal, muere en plena calle, en la ciudad de París, a la edad de 59 años, víctima de un ataque de apoplejía"
Me dirijo a una tienda en boulevard Magenta. Adquiero una pluma y papel. Siento unas irrefrenables ganas de escribir. Creo que aún perduran.

1 comentario:

Leni dijo...

Desde luego que perduran.
Joo Ahora tengo unas irrefenables ganas de conocer Paris...
me has mordido?? jajaja
Cada entrada tiene algo que sorprende y engancha.
Beso
Sigo